Alumbrados y encendidos, reverberando dormidos, efervescentes, cenizos y cayendo como pinos, quemados hasta el sacrificio entre crucifixiones y otros ritos en los cuales los humanos desde otrora creímos, así se emprende el abismo, con jeroglíficos y signos, cuando lo abordamos dolidos para terminar el ciclo en el cual en el hemos vivido sin pedirlo. Con la soledad como principio para no agotar sentidos que hagan suspirar sirenas con lagrimas de cocodrilos, ni oír silbidos de jovencitos con acné en las mejillas y con el pito ya podrido. Para no vejar por necios, ni cejar por indecisos. Y para no vararnos en el limbo, cuando perdidos busquemos en nuestro destino, nuevos sitios donde redimirnos.

― ¡Sin aquejar por lo perdido, ni aunque nos legue recuerdos!

– Y aún sin poder decir que el azul vimos reinando sobre los edificios, cuando desde el hueco negro donde avanzando caímos, al emerger divisemos lo descrito en un lumínico…

― ¡LA VIDA LO HA REITERADO CUAL DESIGNIO, LA CELERIDAD ES UN DELIRIO!

– Así reza el que ahora he visto iluminando los techos desde una autopista de otro pueblo, pues quien quiera llegar lejos debe siempre rodar lento visualizando contextos y misterios.

Y hoy aún queda camino hasta esos predios, por lo que no vale acelerar los pies dolidos, pues hasta aquí te han traído al mejor ritmo, para que peses lo rendido y nunca te des por vencido al emprender nuevos retos. Y llegarán a donde quieras con empeño, a pasos y a regocijo, aunque no vayas derecho. Aunque se te caiga el pelo en el saladero del pecho y tu corazón cuelgue de un hilo, enternecido jurando amor de domingos. Así me dijo un viajero al verme loco corriendo, por ver estrellas cayendo, sobre un lucero en mi alero. Y hoy convencido lo creo, pues cual sismo bajo un istmo por las llamas invadido, los truenos atizan pinos y vemos luces de espectros, que gravitan sin equilibrio en el infinito enésimo.

Y que bregando entendimos que distan de los ruegos nítidos que dan luz propia al camino, porque son candela de fuegos fatuos anímicos, plagiados cuales simples vidrios, exentos de claridad y brillo. De esos que arden quemándonos el limbo con las piernas y los brazos artríticos, aunque aún vivos, pero atorados agonizando en el abismo emprendido en paralelo y abriéndonos a precipicios. Y no visualizando los pasadizos para acortar el destino decidido, hasta tocar el lumínico y ver amaneciendo el cielo desde el lente con el que lo miremos. Las pinceladas de pisos sin artificios y los motivos cimeros que cristalizan los sueños, hasta ver la dimensión del ser distinto, con la sensación de los que llegan a viejos.

― ¡Para pesar lo rendido sobre el pedestal del delirio, mientras nos descansemos sonriendo!